jueves, 6 de noviembre de 2008

Los ladrones de tiempo

Un día guardé cola en un servicio público, a la espera de que el funcionario correspondiente llegara a su puesto de trabajo para abrir la oficina y atender las demandas de los ciudadanos. Llegó tarde y comenzó su labor con unos cinco minutos de retraso... pensé entonces que tenía poco respeto a los que estábamos allí porque, presumiblemente, tendríamos otras cosas que hacer además de esperarle a él.

Otro día fuí al banco a pagar uno de esos recibos que nunca esperas que lleguen cuando estás mal de dinero. En la caja había tres ventanillas y frente a ellas una cola impresionante. Cuando ví que ésta no disminuía me fijé en las ventanillas: delante de una de ellas había un señor vestido con un chandal que había depositado en el mostrador una bolsa de deportes de la que extraía fajos y fajos de billetes mientras el cajero se esmeraba en darle de tragar a la máquina contadora. En la segunda ventanilla una señora realizaba unas gestiones. Y, en la tercera, el cajero se había largado a desayunar... y nosotros esperando.

Hoy he tenido que empezar la mañana en otro servicio público. Tenía el número 1 y me las prometía muy felices. Llegué con cinco minutos de anticipación y esperé la hora de la cita: las 08:30. Pasaron cinco minutos de la hora prevista y la puerta no se abría. Dos minutos después llegaron al lugar los trabajadores correspondientes y entraron en las dependencias públicas. Miré a mi alrededor y conté sesenta personas esperando, todas con caras de resignación ante tanta desidia y falta de respeto por el prójimo. Tres minutos después abrieron la puerta y fuí atendido sin recibir una sola excusa por mi espera.

Cuando salí de la habitación, mientras recontaba las personas que estaban en la sala de espera, pensé que diez minutos por sesenta son 600 minutos... es decir, nos habían robado 10 horas a la colectividad. Malditos ladrones de tiempo.

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